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ENTRE BICHOS Y CALCETINES

 
Puedo sentirlas. Las noto. Cientos de ellas recorriendo mis venas hasta llegar al hormiguero de cuatro cavidades, para abandonarlo de nuevo y desplegarse como un ejército por los cuatro puntos cardinales de mi cuerpo, llegando hasta las yemas de mis dedos, llegando hasta la cima de mis pechos, donde tus labios se recrean, donde tu lengua se contonea presumida. Solo una caricia de tu mano sin tocarme y las hormigas recobran su actividad natural de insectos laboriosos alimentando mi corazón a ritmo acelerado.

Pero el hormigueo desaparece, has decidido no ir más allá. Las hormigas se han dormido, tu, te has ido. En su lugar llegaron las mariposas que no dejan de revolotear en mi estómago. Me miro el ombligo con la esperanza de que se abra y las libere, para que salgan desplegando sus alas de polvo y me abandonen para siempre llevándose tu recuerdo con ellas. Me miro el ombligo, pero no se abre.

Tengo miedo porque no quiero que lo nuestro se queme con las brasas de mi insistencia, y al mismo tiempo, miedo a que se enfríe con los témpanos de la dejadez.

Hace meses que me recreo con tu fantasía. Hace meses que te deseo y que tu, simplemente juegas a acercarte sin tocarme. La espera, el deseo, el sabor amargo de la soledad y el olor de mi sexo, me provocan una sensación de ansiedad corrompida, y no se deshacerme de ella. El fantasma del miedo me visita a menudo. La cordura me abandona silenciosamente, deslizándose por las estanterías de mi habitación y desapareciendo tras el quicio de la puerta. Y aparecen invadiendo el suelo de mi vida, negras sebáceas y brillantes, las cucarachas asesinas que intentan comerse mi autoestima.

Debo olvidar que existes. Sería maravilloso si fuera capaz de saciar mis instintos sin ti, pero soy una de esas mujeres, soy una de tantas que no hemos aprendido a amarnos, a mimarnos y a querernos con nuestras propias manos. Y lo he intentado. Noches vacías de sueño y llenas de jugos, mieles y sudores fríos. Esas noches eternas mis manos lo han intentado todo, lenta y rápidamente; suave y torpemente; metódica y compulsivamente , y siempre con el mismo resultado. Me he concentrado tantas veces..., mis dedos fundiéndose en mi piel húmeda buscando el placer sin encontrarlo. Toco mi pelo, mis párpados cerrados, mis pómulos, sintiendo todos los poros, uno a uno; repostando en mi boca, recreándome, jugando con mi lengua, mojando las yemas de mis dedos para facilitar el recorrido hasta mis pechos altivos conteniendo la respiración..., y nada. Las serpientes del deseo recorren mi cuerpo, sisean entre mis piernas, se enroscan en mi cintura, pero acaban por estrangularme las ganas, y vuelvo a rendirme una vez más. Si solo pudiera saciar esa ansiedad, posiblemente dejaría de morderme las uñas, posiblemente dejaría de necesitarte tanto.


Hoy me has susurrado al oído. El contenido de tus palabras carecía de importancia, porque son palabras al fin y al cabo, y no sirven más que para confundir la realidad. Sin embargo, el modo en que te has acercado a mi, la sensualidad con la que tus labios se han acercado al lóbulo de mi oreja, han vuelto a despertar a las hormigas. Y se que después de las hormigas vendrán revoloteando las mariposas, y después las cucarachas y llegará la noche con sus serpientes.

Es fácil jugar a calentar pasiones cuando sabes que al llegar a tu nido podrás deshacerte de ellas con un frágil y simple juego de manos, pero es un juego sucio, porque yo llevo una clara y triste desventaja. Yo llego enferma de pasión, y no se jugar a apagarla.

Nunca hemos hecho el amor, pero lo he imaginado tantas veces que juraría poder adivinar cada movimiento de tu cuerpo, seguramente me resultaría tan familiar que acabaría por disgustarme por la falta de novedad en el acto. Aún así, sigo esperando que ocurra.....



...Han pasado ya seis meses desde el día en que tus labios se encontraron con los míos por primera vez. Hoy he tomado unas copas de más, y te he confesado que no puedo más, y tu me has hecho saber que esta es la gran noche. Mi corazón se ha parado por un instante, y he sentido mi debilidad, he visto mi propio orgullo arrastrándose por las esquinas del local. También he visto tu ego engrandecido, saciado por el dominio de tu cuerpo y la humillación del mío. Te he odiado por estar tan seguro de ti mismo. Te he odiado por la insignificancia que siento de mi misma cuando estoy a tu lado y por no ser capaz de negarte mi cuerpo, por no ser capaz de despreciarte y olvidarte.

Hemos ido a tu casa y me he puesto muy nerviosa. Tantos meses imaginando esa gran noche no han servido de gran cosa. Tu habitación, preparada para la ocasión, está vestida de gala, con luz tenue y ronroneo de gato en las paredes. Estoy aterrorizada. No hay nada de maravilloso en todo esto, porque el miedo, la inseguridad, la vergüenza, los nervios y el haber esperado tanto a que llegara este momento lo está estropeando todo. Me siento como un palo tieso esperando a ser recogido por un perrito para devolvérselo a su dueño. Miedo a no ser gustada, insegura porque hace más de seis años que no me acuesto con otro que no sea mi almohada, vergüenza de mi propio cuerpo que ya no es el que fue, y los nervios que siempre me acompañan para descomponer todo lo que me rodea en momentos como este, anuncian el desastre.

Mi primer síntoma: la boca seca, como un zapato. No puedo besarle, un solo intento y nos tendrán que separar con escarpa y martillo. Y sigo tiesa como un palo. Realmente yo vine al mundo con extremidades articuladas, pero no se para qué, porque soy incapaz de mover un dedo, se podría decir que se me ha helado el alma. Mi estado de nervios es tal que opto por dejarme llevar e intentar salir de ésta lo más dignamente posible. Le sigo hasta el fondo de la habitación, no sin antes tropezar con sus zapatillas, y golpearme la espinilla con la pata de la cama. Él intuye que algo no va bien y me coge ambas manos,  guiando así mis pasos. Intento adelantarme a la situación y me subo con decisión pisando el edredón. Todavía llevo los zapatos, pido perdón y vuelvo a bajar. Esto no va bien, estoy perdiendo los papeles. Noto que sus movimientos también son torpes, ¡Pues si que estamos buenos! Aunque su frialdad le ayuda a no perder los estribos, consiguiendo sin dificultad ser el guía jefe de la expedición. Con simples roces mi cuerpo obedece a todas sus peticiones sin palabras. Me siento en la cama y me quita los zapatos. Segundos más tarde arrodillados sobre el colchón uno frente al otro, nos miramos. Voy a decir algo pero me calla con un beso húmedo e intruso, estoy temblando. Sus manos acarician mi pelo, y se deslizan suavemente hasta mis pechos, lentamente desabrocha los botones de mi camisa mientras su boca encuentra mi cuello, sus labios y su lengua despiertan mi piel erizada y mis pezones adivinando el contorno de sus manos, se han vuelto roca. Su mano sigue descendiendo pausadamente, electrificando todos mis poros hasta meterse entre mis piernas, noto sus dedos inquietos presionando la costura de mis pantalones. Estoy completamente mojada...Y todo ocurre como en un sueño, a media luz, y lento, muy lento, juraría que llevamos cien lunas así, arrodillados frente a frente, concentrándonos exhaustivamente en cada beso, en cada caricia, en cada gemido.

Pero sin razón aparente vuelve el pánico, sigo sin poder besarle, sigo sin poder moverme, soy incapaz de responder a sus caricias, estoy completamente petrificada. Torpemente nos estiramos en la cama y nos deshacemos del resto de la ropa, aunque sin motivo aparente, seguimos con los calcetines puestos...Quizá sea una señal o mejore de algún modo las relaciones sexuales.. No soy una experta, así que no estoy en condiciones de discutir cuestiones, no me los quitaré, si él se los deja puestos yo no seré menos. Mientras divago sobre los calcetines, su lengua ha viajado ya en todas direcciones, siento su aliento caliente en mi vientre, se está acercando, se está acercando, y las abejas fabrican su miel, mi miel, y la siento resbalando entre mis muslos. Sus manos parecen haberse multiplicado, mil caricias derramadas en mi piel, siento sus dedos extraviados entre mis labios inflamados, mojados de miel y sedientos de su sexo, y su lengua ya ha llegado, confundiéndose con sus dedos. Mil besos perdidos entre mis nalgas, mis piernas han perdido el rumbo, y como toda yo también tiemblan. Su boca parece despertar de un profundo sueño, boca violenta, sus dientes arrancan mi deseo hasta perder el sentido, y mis cuerdas vocales se desgarran con sonidos guturales, melodías de pasión, acordes de sexo.

Y ha llegado el momento de la penetración, y para mi sorpresa mi segundo orgasmo es casi instantáneo. Es tan dulce, tan suave, y tan exageradamente lentos son sus movimientos que parece irreal. Mis manos arañando su espalda han llegado hasta sus nalgas, aferrándose a ellas y empujando, empujan hasta que me traspasa. Sin embargo, sumida como estoy en un profundo letargo, cubierta en cuerpo y alma por pétalos de amor, siento miedo. No he hecho nada, él me ha hecho feliz dos veces y yo, no he sido capaz de amarle del mismo modo. Sacudida por una violenta ola de terror me convierto en escorpión suicida. Me clavo el aguijón del miedo al verme rodeada por el fuego de la pasión. Irónicamente, ese fuego que tantos meses he esperado me ha autodestruido.

Mis ojos le han confesado como me siento porque la expresión de su cara ha cambiado, ha aprovechado mi miedo, mi malestar, para endurecer su dominio. Bruscamente deja el rítmico bombeo, la saca y me levanta ambas piernas. Tengo la sensación de estar a punto para una fiesta de disfraces, con las rodillas pegaditas a mis orejas a modo de auriculares, y mis pies, prolongaciones de mi cabeza como un par de antenitas. De pronto me entra un ataque de risa, no puedo evitarlo. La postura es digna de concurso de carnaval. Me siento realmente ridícula. Y las oigo llegar, las hienas con su risa burlona, su risa estridente, aparecen entre las sábanas en busca de su presa. El ridículo me absorbe , las hienas carroñeras se han comido mi dignidad en cuestión de segundos. Quizá va siendo hora de que me relaje de una vez por todas, después de todo ya he tenido dos orgasmos. Pero  ya es demasiado tarde. Antes de volver a penetrarme recorre con sus ojos avellana todo mi cuerpo, arruga la nariz y dice:
-          ¡Te podrías haber depilado!
Gracias, ahora ya me siento mucho mejor, es justo lo que necesitaba para recuperar la seguridad en mi misma, para relajar mis músculos y para sentirme especial. Gracias, gracias, gracias.

Me pregunto como he podido llegar hasta aquí,. Como he hecho tan largo y arduo trayecto para acabar humillada entre sábanas de espinas, reducida al tamaño insignificante de la sordidez. Pero puedo estar contenta, las cosas ya no pueden empeorar más. ¡Oh! Si que pueden! Mientras mi cerebro hace girar crispadamente  los engranajes de mis absurdos pensamientos, y él sigue persiguiendo a través del bombeo rítmico de su miembro la gran explosión final, mis calcetines deciden jugarme la última mala pasada. Supongo que no hay más culpable que mi persona en todo esto. Yo, y solo yo soy la responsable de no haberme depilado esta semana, si lo hubiera hecho, seguramente me hubiera sentido mucho mejor conmigo misma. Y yo, y solo yo soy responsable de haberme puesto esta mañana el par de calcetines más viejo y corroído que he encontrado en el cajón, los pobres ya no tienen ni goma. Por lo que no es de extrañar, que siguiendo el ritmo, mis calcetines hallan decidido abandonar mis pies, ¡Quiero morirme! Ahí está él, sube y baja, sube y baja, y ahí están mis calcetines, columpiándose en su nariz, y tapándole los ojos. Sin perder la costumbre de mis indecisiones, no se qué hacer, si reírme, llorar, intentar quitarme los calcetines en un gesto acrobático, o simplemente desmayarme. Sus jadeos interrumpen mis pensamientos, parece que lo de los calcetines le ha puesto cachondo. Ya está acabando, ya acaba, ya está, ya acabó mi calcetín derrumbándose sobre su enorme nariz. ¡Qué coincidencia ¡Han acabado los dos a la vez!. Me quedé allí, tal cual, congelada de vergüenza, hasta que él me dijo:
-¿Te vas a quedar así toda la noche? ¡Baja las piernas mujer!

...Seis meses deseando que ocurriera, seis meses imaginando sábanas de amor y besos de seda, seis meses para acabar haciendo el ridículo, para acabar deseando que aquello nunca hubiera sucedido. Sin embargo, ha ocurrido y he fracasado, solo el recuerdo me produce aguijonazos en la sien. No he vuelto a verle, y si algún día por casualidad lo divisara al final de la calle, lo esquivaría torciendo por la primera esquina. Sería incapaz de pasar por eso, sería incapaz de mirarle a los ojos y sentir esa vergüenza, ese pudor, esa inferioridad que siempre me ha hecho sentir....


Vuelvo a estar sola. Mi soledad y yo somos totalmente incompatibles, soy demasiado cobarde. Ahogo mi cobardía en litros y litros de alcohol y escondo mi soledad tras cuerpos desnudos de hombres que no me conocen, que no me quieren, que no ven más allá del marrón de mis ojos, que en definitiva mantienen mi soledad intacta. Como un camaleón, paso desapercibida entre sus cuerpos, hombres que no me recordaran al amanecer, hombres que olvidaré al alba. Y veo a los buitres dibujando círculos en un cielo abrasador, esperando a que me desvanezca sobre el arenoso desierto de mis emociones.

Todos los ojos que me han mirado, lo han hecho llenos de deseo lascivo, vacíos de sentimiento. Todas las manos que me han tocado, ni siquiera han intuido mi cuerpo. Todas las lenguas que han lamido mi piel, me han cubierto de vicio malsano. Todas las erecciones que han amenazado mi sexo, me han penetrado sin piedad, bombeando torpemente en el interior de un pozo seco. Sonrisas de triunfo al derramar la última gota, ignorando la realidad de su cruel fracaso. Sexo sin miel, sexo amargo, sexo mustio, salvaje, torpe, dominante, superficial, sexo vacío. Y vuelvo a estar rodeada de cucarachas, y me protejo bajo el sopor etílico de botellas vacías, hombres sin nombre y sábanas frías.

... Ahora soy feliz. Vivo con Félix. Es cierto que no guarda ningún parecido con tu persona, pero soy feliz. Félix me da todo aquello que tu no supiste darme. Me escucha, y noto que sus ojos me siguen  con dulzura por donde quiera que vaya. Él ha conseguido que desaparezcan las hienas, las serpientes las cucarachas, las mariposas... He recobrado mi autoestima y me he desprendido de las losas más pesadas. Por primera vez en mucho tiempo me siento verdaderamente libre. Y todo gracias a Félix. Su lengua despierta en mi instintos felinos, su lengua desenmarañando mi vello, abriéndose camino entre mis piernas me hacen perder la noción del tiempo y las hormigas trabajan a marchas forzadas, entran y salen del hormiguero a una velocidad vertiginosa,  y ahora veo pájaros de colores exóticos que han sustituido a las cucarachas. Le quiero y no me importa que el mundo entero lo sepa. Solo hay una cosa que me molesta de Félix, y es que me pone el sofá perdido cuando cambia el pelo. Pero a parte de eso, es el mejor perro del mundo.



3 comentarios:

  1. Siento decirte que soy un gato

    Fdo.: Félix

    (Me ha gustado mucho)

    Fdo.: Yasabestúquién

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  2. A buenas horas me avisas!! Tantos años de pienso perruno, de discordia con el palo que nunca fuiste a buscar... los paseos con correa... Da igual! Eres un Gato Grande!

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  3. bonita prosa plena d metafores i amb un bestiairi fantastic...m ha encantat

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