Me
dijeron en pocas palabras
- te quedan cuatro días.
Y yo, por
supuesto, me lo creí… y por supuesto, me adelgacé, y por supuesto
creí que ya había llegado mi hora, nadie me explicó que si te dan
un susto de muerte lo más lógico es que tus neuronas te jueguen una
mala pasada, y animen a tu sistema nervioso a desanimarse, y
provoquen con desafíos y malas maneras a tus defensas, y éstas
decidan irse allá donde las traten mejor.
En realidad nadie te dice nada, porque todos están ocupados buscando
la solución, tantas veces errónea, que les interesa que sea errónea o crónica, mejor más dinerines claro que si, de tu enfermedad? que ni siquiera es una sinó un síndrome abierto para añadir enfermedades vinculadas que curiosamente cada año evidentemente son más y más, hasta que ya sea dificil que se les escape nadie. La enfermedad tan jugosa y lucrativa, la enfermedad de la sociedad enferma, la enfermedad de vivir en un mundo
maltratado, la enfermedad del dinero, la enfermedad del no saber vivir sin que duela, y el
olvidarnos de nuestras necesidades más básicas, el olvidarnos de
que tenemos sentimientos tan fuertes que nos hacen enfermar. Mi
médico de familia jamás me preguntó si me dolió la muerte de mi
padre,ni me preguntó el ginecólogo que sentí cuando me
violaron a los catorce años, el estomatólogo nunca hizo referencia
al dolor de estómago del primer desamor, ni del segundo, ni del
tercero…, el oculista nunca supo que a los once años vi como mi
padre le rompía la nariz a mamá a puñetazos… mi padre tampoco lo
supo nunca, no lo recordó o no quiso recordarlo y al otorrino no se le ocurrió que quizás aquella frase
marcada a fuego lento “Deberías abortar, ninguna criatura inocente
merece tener una madre como tu” tuviera algo que ver con mis
problemas auditivos, o quizás fue aquel terrible disparo….