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domingo, 16 de enero de 2011

Mi bebé se llora encima

Tengo que reconocer que no estoy pasando por un buen momento literario y es una lástima porque el no organizarme, y en consecuencia el no escribir más a menudo hace que nos perdamos  un montón de absurdidades que nos harían pasar muuuy buenos ratos, perooo…
Mi calamidad de hoy: tener que salir a la calle con  una indumentaria algo ridícula, y cuando  digo ridícula no quiere decir original, porque los payasos de la tele ya habían llevado esa tendencia en su día. Me he levantado en casa de mis padres, que es donde suelo estar cuando trabajo y tengo que dejar a mis hijas con algún ser humano que les suene de algo. Me he levantado con dolor de garganta, mocos en los ojos, en la nariz, en las orejas, en los bronquios y posiblemente en el cerebro, la lengua seca de dormir con la boca abierta, con dolor de huesos, un brote de dermatitis en la cara y algo destemplada. Me pregunto qué voy a hacer si me llama hoy Brad Pitt.
Tengo que salir un momento, así que dedico una hora y media para vestir a mi hija (si, queridos lectores, me lo pone todo lo difícil que puede, mientras le cambio el pañal hace contorsiones corporales que yo ni siquiera sabía que se podían hacer) y otro tanto o más en vestirme yo, porque no encuentro nada, ni los tejanos, ni las botas (si, estimados lectores, yo también me lo pongo difícil, pero como lo mío es de hace muchos años, pues estoy más acostumbrada, y desde luego lo de las contorsiones, ni lo intento) Luego recuerdo que volví del trabajo con el uniforme, así que seguramente estará todo en el coche.  Al final encuentro un jersey larguito, así que le pido prestados unos leggins negros a mi hermana y arreglado, ya estoy vestida… Y en los pies? Qué me pongo en los pies? Pues que me voy a poner, los zapatófonos del trabajo. Los que me conocéis ya os podéis imaginar mis ridículas piernecillas acabando en unos calcetines lilas (por lo menos voy con mi color favorito) y unos zapatos de punta de hierro dos números más grandes. Llegados a este punto,  me gustaría agradecer lo retrógrados que son en mi trabajo, o quizás son despistados y no se han dado cuenta de que ya hace algunos años que las mujeres también “hacen el trabajo de los hombres”, y además somos unas cuantas miles de “marimachos” en esta empresa. Y porque digo esto? Porque las mujeres de esta empresa tenemos que vestirnos con tallas de hombre, los calcetines que nos dan son de la talla 42, ¿Os podéis imaginar mi pie del 35 metido en ese calcetín? En realidad yo me los pongo al revés y el talón lo uso de rodillera. Y claro, la chaqueta de la talla S a mi me queda como un tres cuartos. Vamos a ver, que no  tengo necesidad yo de venir a trabajar como si fuera a la pasarela Gaudí, pero tampoco es necesario que parezca ET en versión fosforito.
Bien, teniendo en cuenta que nos hemos levantado un domingo (y lo especifico para que se vea lo sufrida que es la vida de una madre) a las 08.15h, he conseguido salir a la calle a las 12:13h con leggins y zapatófonos, llamadme veloz como Orzowei (aunque él iba mejor vestido, o debería decir desvestido, no se).  Tengo que mejorar el tiempo de salida, está claro.
He atado a mi bebé en su sillita, yo por mi parte me he atado a la mía y nos hemos dirigido (en coche, claro, espero que lo hayáis supuesto con las pistas que os he dado, es lo que me gusta de mi blog, solo gente inteligente) a un centro comercial donde he quedado  con un amigo para darme unas cositas imprescindibles para pasar una maravillosa tarde de domingo, una caladora y un brick de leche de avena.  Casi se me olvida cambiarme los zapatófonos por las botas… Eso ya hubiera sido el colmo hasta para mi, paseándome un domingo por un centro comercial con esas pintas.  Mi hija está dormidita (nótese que la hija mayor no sale en esta historia porque está con su padre) y sigue dormidita en el trasvase silla del coche a sillita de calle.
Llego al punto de encuentro. Una vez tengo en mi poder los objetos mencionados mi amigo me abraza fuerte porque ve que lo necesito, y me aconseja que me peine. Nos despedimos. Mi preciosa bebé sigue dormida en el viaje de vuelta. El resto del día pasa bastante tranquilito. Cuando llegamos a casa de mis padres Claudia se despierta y llora. La cojo en brazos, se la doy a mi madre y llora. Me voy a aparcar. Vuelvo a casa y mi bebé llora. La cojo en brazos y llora, la siento con sus juguetes y llora. Le pregunto qué le pasa y llora (y lo más fuerte, no me contesta). Decido ir a peinarme a ver si es eso.... Llora. Le doy de comer y como se le hace algo complicado comer y llorar al mismo tiempo, se decanta por llenar la barriguita y dejar lo de los lloros para el próximo cambio de pañal. La comida hoy tampoco va muy fina, decide usar las manitas para comer, muy bien, le digo yo, pero la cosa se anima y empieza a estrujar toda la verdura hasta q empieza a chorrear liquidillo por su manita regordeta, le digo que eso no se hace a lo que ella reacciona cogiendo con la otra mano otro montoncito de verdura que esta vez tira al suelo. Aparto el plato para que no lo tire y me voy a buscar toallitas y papel para limpiar el desaguisado, cuando vuelvo tiene todo el  pelo lleno de verdurita, lloro.
Pruebo con el segundo y se cansa también, la saco de la trona, llora. Le cambio el pañal, llora. La dejo en el suelo y le doy el pañal para llevarlo a la basura y parece ser que le gusta la idea, sonríe lo tira e intenta coger algo de la basura que no tiene buena pinta, no la dejo, llora.
Creo que todo esto es su reivindicación por el corte de pelo que le he hecho, parece un monaguillo, jeje vaya trasquilones, pero a ver quien es el guapo que le corta el pelo a un bebé mientras corre por los pasillos, pues eso!